Comentario
En el Quattrocento las obras de arte se convierten, en el marco de una sociedad activa, en algo necesario. Las empresas artísticas no eran simplemente un lujo ni un dispendio innecesario, sino una inversión necesaria orientada a desarrollar la imagen y el honor de la familia. A este respecto es oportuno notar como Alberti, a propósito de las inversiones en programas artísticos, decía que si bien no habrían de constituir un derroche deberían ser lo suficientemente generosos como para salvaguardar el honor e imagen de la familia. Lo cual, para cumplir esta función, exigía otro aspecto, la firma de un artista o taller de reconocida capacidad o prestigio.
Si la idea del dispendio y el derroche no son aplicables a los nuevos programas artísticos esto es debido a que la obra de arte asume en el contexto social y político italiano del siglo XV una compleja trama de nuevas funciones en relación con las cuales se halla el proceso de secularización e intelectualización de la imagen que se desarrolla en el nuevo lenguaje. A este respecto, Andrés Chastel se ha referido a la nueva dimensión y auge que experimenta el coleccionismo a lo largo del siglo XV. Comparado con la función que tienen las colecciones de los Médici en Florencia algunos ejemplos anteriores de coleccionismo como el del duque de Berry resultan ingenuos y surgidos de un impulso espontáneo. En cambio, en el coleccionismo de los Médici se aprecia una actitud selectiva rigurosa y un racionalismo en los usos y proyección de la colección en otros ámbitos que el estrictamente personal. En este sentido, al igual que en las nuevas empresas económicas y mercantiles la ratio se impone a la traditio.
A Lorenzo el Magnífico, en torno al cual se agrupaban poetas, humanistas y artistas, su biblioteca y sus colecciones de antigüedades es evidente que le proporcionaban un profundo deleite. Pero no fue solamente ésta la función que cumplía. Su colección era utilizada como arma política y diplomática al calcular minuciosamente a qué personajes se la enseñaba. Si los programas artísticos emprendidos por Lorenzo de Médici constituían una afirmación de prestigio, una manera de alcanzar una innegable participación de la idea de virtù, sus artistas fueron empleados por el mecenas para desarrollar diversas estrategias diplomáticas. Lo cual sería impensable sin la aparición de una corte de entendidos, de expertos o connaiseurs que refrendaban estéticamente el valor de las realizaciones.
En relación con este fenómeno, por el que se vinculan los desarrollos del arte a nuevas empresas y, por lo tanto, lo traduce en un instrumento que asume nuevas funciones, es oportuno observar cómo Lorenzo de Médici, además de la estrategia planteada en torno a su colección, se sirvió de sus artistas para desarrollar, también, una estrategia diplomática. En este sentido, el grupo de artistas que trabaja para el Papa en la Capilla Sixtina en 1481, actuaba como una auténtica embajada diplomática.
Como es lógico, estos nuevos mecanismos y funciones que asume el arte, unido a la nueva clientela en torno a la cual se produce, determinó una serie de aspectos nuevos de índole específicamente artística. Así, surgen nuevos temas requeridos por estas nuevas formas de funcionamiento. Aunque es evidente que el tema religioso constituye el núcleo principal de realizaciones, es evidente que su tratamiento experimenta una transformación importante como consecuencia del proceso de secularización de la cultura artística. Igualmente otros temas como el retrato, el tema mitológico, el desarrollo del paisaje -si bien circunscrito a los fondos de retratos o composiciones-, la imagen de la ciudad, los nuevos modelos de monumento y sepulcro o las nuevas tipologías de la villa y el palacio son una consecuencia de las nuevas funciones que asume el arte en la sociedad italiana del siglo XV. Una sociedad en la que se genera un nuevo mito basado en el valor conferido a un nuevo modelo cultural: la Antigüedad.